La civilización europea y sus descontentos
Apuntes sobre un documento de barbarie.
(Antes que nada, pido disculpas por la ausencia de entradas. Al parón veraniego se ha sumado un proyecto que me ha tenido ocupado hasta hace poco. Espero poder contaros más sobre esto en el futuro. Entretanto, retomo la programación habitual.)
Dediqué una hora del sábado a un pasatiempo perjudicial para mi cerebro: leer la nueva Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense (NSS por sus siglas en inglés). Es un signo de nuestro tiempo que el tono de un documento como este –normalmente aséptico y burocrático, centrado en expresar las prioridades y doctrina de seguridad nacional de cada administración presidencial– sea un bramido desquiciado. Las NSS, al fin y al cabo, se inscriben en una tradición imperial venerable. A un Nitze, Kissinger, Brzezinski o Scowcroft se les pudo echar muchas cosas en cara (por ejemplo: cometer crímenes de lesa humanidad). Pero su aptitud para plasmar ideas sobre un folio jamás estuvo en duda.
Lo que la Casa Blanca publicó el viernes pertenece a un género distinto. El estilo está a caballo entre el índice de Ecce Homo y un folleto de Tecnocasa. El texto abunda en obviedades (una estrategia es un “plan concreto y realista que explica la conexión esencial entre fines y medios”), pero carece de sentido argumental (en el listado de prioridades, una titulada “La era de la migración en masa ha terminado” enuncia que “la era de la migración en masa debe terminar”). Pelotea impúdicamente al inquilino del Despacho Oval: entrará en vigor “un Corolario Trump [sic] a la Doctrina Monroe”; los deals del presidente han zanjado ¡ocho! conflictos internacionales (uno de esos éxitos es Gaza; otro, un alto el fuego Camboya-Tailandia, ha colapsado mientras escribo estas líneas).
Al terminar de leer el documento pensé en El Aleph. “Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía”. El Consejo de Seguridad Nacional ya tiene a su Carlos Argentino Daneri. Al resto del mundo nos corresponde sufrir sus ideas.
El problema es que además de ineptas son peligrosas. La que más revuelo ha causado se encuentra en la página 25 del documento. La Unión Europea, se explica en esta sección, sufre una crisis existencial debido al influjo desbocado de migrantes. Los recién llegados estarían no ya desvirtuando nuestra fibra moral, sino amenazándonos con un “borrado civilizacional”:
Continental Europe has been losing share of global GDP—down from 25 percent in 1990 to 14 percent today—partly owing to national and transnational regulations that undermine creativity and industriousness.
But this economic decline is eclipsed by the real and more stark prospect of civilizational erasure. The larger issues facing Europe include activities of the European Union and other transnational bodies that undermine political liberty and sovereignty, migration policies that are transforming the continent and creating strife, censorship of free speech and suppression of political opposition, cratering birthrates, and loss of national identities and self-confidence.
Should present trends continue, the continent will be unrecognizable in 20 years or less. As such, it is far from obvious whether certain European countries will have economies and militaries strong enough to remain reliable allies.
¿Por dónde empezar? Si quisiese contextualizar –no para restar importancia al asunto, sino para calibrar su gravedad– diría que este angst civilizatorio no es nuevo. Entre los múltiples destrozos que Samuel Huntington infligió a las ciencias sociales se contó elevar la noción de un “choque de civilizaciones” a la categoría de doctrina geopolítica. Y convertirla en combustible ideológico para las guerras eternas en Afganistán e Irak. En la blogosfera de principios de los 2000 –en foros neoconservadores o de extrema derecha– era habitual encontrar lamentos sobre la islamización inminente de Europa (EUrabia era el término en boga). No me parece casual que hoy un neocon como Eliot Cohen –co-fundador del PNAC– esté en contra de casi todo lo que contiene la NSS, salvo su diagnóstico migratorio.
Es esta herencia huntingtoniana la que hoy permite a alguien en Estados Unidos (¡un país mestizo! ¡fundado por emigrados!) acusar a la Unión Europea (a efectos prácticos una fortaleza, circunvalada con alambradas y fosos asesinos) de laxitud migratoria sin sonrojarse. Eso y que los contornos del conflicto civilizatorio se han desplazado.
El choque que en 1993 Huntington proyectó sobre el globo ahora se repliega al interior de cada país o región. Este “borrado civilizacional”, según la NSS, lo posibilitan unas sociedades licenciosas y decadentes. La fijación con un Occidente moral y étnicamente degenerado tampoco es nueva, claro. Que los documentos oficiales del gobierno federal de EEUU se hayan vuelto indistinguibles de una arenga de extrema derecha en 1930 debe causar inquietud, pero a estas alturas de la partida apenas nos puede sorprender.
Lo que sí llama la atención es la lentitud con que la UE reacciona a estas amenazas. El párrafo que he citado la acusa de socavar la libertad política y manipular elecciones. El informe también expresa la voluntad de “cultivar la resistencia a la trayectoria actual de Europa dentro de las naciones europeas”. Hablamos de un documento que fija las prioridades de EEUU en materia de seguridad nacional.
Los representantes de Trump en Europa –los Bannons y Vances, las fundaciones que financian, los partidos que siguen creciendo en cada país– no ocultan su hoja de ruta. Quieren una UE disminuida, renacionalizada, incapaz de incordiar a EEUU. No más regulaciones financieras ni sanciones a Google y Twitter, nada de autonomía estratégica europea. Una UE más subordinada a Washington, más intransigente con los emigrantes (primer paso para disciplinar al conjunto de la sociedad), más permisiva con las agresiones de Moscú. El modelo de Estado es el húngaro; el de ciudadanía, Petra László.
Como señala Max Bergman, esta NSS “declara la guerra a la política europea, los líderes europeos y la Unión Europea”. El arma principal es la subversión electoral. Varios magnates tecnológicos ya se prestan a esta tarea, a la que pronto se sumarán los servicios de inteligencia norteamericanos. El objetivo es atentar contra la integridad de nuestros procesos electorales. Alegar fraudes que no existen cuando la extrema derecha no obtenga los resultados deseados.
Conocemos de sobra el guion. Lo que toca ir asumiendo es que la próxima película de la franquicia se estrena en nuestro vecindario.
I would not discount the impact of the NSS "civilizational" language. Political meddling in Europe to back far-right nationalists is now a core part of America's national strategy. This isn't just a speech from a novice VP weeks into a new term. It is US policy and they will try to implement it. 1/
— Max Bergmann (@maxbergmann.bsky.social) 2025-12-05T15:17:13.088Z
Nada de esto es nuevo. Pero mi impresión es que, de abril en adelante –y con la cumbre de la OTAN como punto de inflexión– la mayoría de dirigentes europeos ha optado por hacer la pelota a Washington y el avestruz en Bruselas. En un análisis muy recomendable, Henry Farrell señala que no parecen ser conscientes de que Washington intenta promover un cambio de régimen en la UE:
It has been clear for some while that the Trump administration has a … novel … understanding of America’s relationship with Europe. But it has not always been as clear as it ought be to European officials. These officials have often vacillated in response to previously unthinkable demands, sometimes making concessions, sometimes looking to preserve a little autonomy. Brief shocks (such as J.D. Vance’s speech at Munich) have not been sufficient to galvanize long term coherence.
En realidad, y aunque sea por caminos sinuosos, la Estrategia de Seguridad Nacional acierta en lo fundamental. La Unión Europea se enfrenta a un borrado civilizacional. La pinza que de facto forman Washington y Moscú no tiene en su punto de mira la Agenda 2030, la “ideología woke” ni el legado de mayo del 68. Su problema fundamental son los valores de la Ilustración. El enemigo a batir es la noción de que los seres humanos, mediante el uso de nuestra razón, podemos aspirar a la emancipación, a vivir libres de las tutelas o dictámenes del tirano de turno.
“El mundo contemporáneo es radicalmente antiilustrado”. Así arranca Nueva Ilustración Radical, un ensayo tan excelente como breve de Marina Garcés. La semana pasada lo releí y comprobé que ha ganado vigencia desde que se publicó en 2017. Haríamos el ridículo si asumiésemos que los valores ilustrados son patrimonio europeo, o que en Bruselas se encuentra su encarnación más fidedigna. Pero es importante entender que aquí y ahora ese legado está bajo asedio.
La UE tiene mil defectos. Es exasperantemente lenta, su discurso humanitario es hipócrita y su política fiscal cicatera. Le falta visión a largo plazo, le sobra indecisión en el día a día. Pero entre sus miserias no se cuenta una incompatibilidad fundamental con la libertad, la igualdad ni la fraternidad. En la génesis de la integración europea está inscrita la superioridad de la palabra sobre el puño, del derecho sobre el yugo, de la cooperación sobre el conflicto. Si Moscú y Washington la consideran una amenaza es porque han entendido todo esto mucho mejor que nosotros.