Keisei saimin. Dos formas de entender la economía global

Sobre el valor de releer, la muerte del neoliberalismo y a qué nos referimos cuando hablamos de «la economía».

Keisei saimin. Dos formas de entender la economía global
Hokusai Katsushika, Medianoche sobre el río Yodo (1883). Metropolitan Musem of Art.

La palabra oikos nos invita a pensar en una marca de yogur, pero significa casa u hogar en griego antiguo. Nomos, a su vez, no son pequeños humanoides que decoran jardines, sino ley. De ahí nemein, administración. Oikonomía, la raíz etimológica de la palabra economía, significa administración del hogar.

Así empiezan muchas clases de introducción a la disciplina. La gestión de una economía es como la gestión de un hogar. Es una analogía socorrida. Durante la crisis del euro, a Angela Merkel le gustaba explicar la fábula del ama de casa suaba, criatura mitológica que administra las finanzas domésticas –es decir, los dineros del marido– de forma austera y diligente. Cuando vienen curvas opta por apretarse el cinturón, en vez de vivir por encima de sus posibilidades como los haraganes del sur de Europa.

También es una analogía absurda. Los Estados por lo general pueden subir impuestos, aumentar el número de ciudadanos que los pagan, imprimir la moneda en que se endeudan, responder a crisis sobrevenidas con políticas de gasto extraordinario y devolver ese dinero en un futuro distante, porque seguirán existiendo dentro de un siglo. Los hogares, no. Nuestra forma de entender la economía da por buenos conceptos –la oposición Estado-mercado, la meritocracia, los milmillonarios– confusos o aberrantes. En el caso de la analogía Estado-hogar, el problema parece encontrarse en el propio origen del término economía.

Por suerte existen idiomas que no son el griego antiguo. Para dar con una forma más sugerente de entender la economía basta con dar un salto temporal de dos mil años.

Japón, período Edo. El Emperador lleva una vida contemplativa en Kioto; en Tokio el shōgun gobierna las relaciones militares y exteriores del archipiélago; pero la política económica y comercial es competencia de los señores feudales (daimyō). En el siglo XVII surgen pensadores que aconsejan a estos últimos con una síntesis de ideas confucianas y legalistas. Para retener el Mandato del Cielo es necesario establecer orden. Para establecer orden es necesario mantener un ejército. Para mantener un ejército es necesario fomentar una economía próspera, que permita extraer un excedente fiscal. Los pensadores del período Edo dan con un resumen muy evocador de esta misión: keisei saimin (経世済民), que se puede traducir como “ordenar la comunidad y salvar al pueblo”. La contracción del término, keizai, significa “economía” en japonés contemporáneo.

En cierto sentido, los cambios de la economía internacional en los últimos años representan una transición entre estos dos paradigmas. Del just in time al just in case. Del oikonomos a una concepción mucho más amplia de la economía. Un cambio de paradigma, en el sentido que daba Thomas Kuhn al término.

Suena bien, pero no tiene por qué ser positivo. Depende, como sucede con el populismo, de quién forma parte del pueblo o la comunidad. La sanidad pública, las pensiones y los bomberos «salvan al pueblo». Pero cuando Trump deporta a ciudadanos en masa, cuando envía marines a Los Ángeles y pide arrestar al gobernador de California, también pretende «ordenar la comunidad». Keisei saimin podría ser un simple sinónimo de nacionalismo económico.

En realidad, tal vez sea sinónimo de neomercantilismo. Descubrí ambos términos en 2022, leyendo The Neomercantilists, de Eric Helleiner. Helleiner es un economista político con un don para explicar el poder de las ideas en la economía internacional. El neomercantilismo, según el autor, se caracteriza por la defensa del proteccionismo y el activismo económico para promover la riqueza y poder del Estado. Es una visión que surge en respuesta a La riqueza de las naciones, ensayo que transformó los debates económicos de su época. Y que constituye un linaje intelectual propio, como el marxismo o el liberalismo, aunque sin fundadores de la talla de Karl Marx ni Adam Smith. Entre sus referentes clásicos están Friedrich List, Alexander Hamilton y –sin duda el favorito de Helleiner– Henry Carey; entre los más recientes, Raúl Prebisch y el MITI japonés.

El neomercantilismo no es fácil de encuadrar en el eje izquierda-derecha. Pese a esto –o tal vez por esto mismo– es el signo de nuestro tiempo. Es el hilo que une las presidencias de Trump y Biden, los aranceles norteamericanos con el dirigismo chino y el retorno de la política industrial. La Unión Europea tiene pendiente adaptarse a este momento neomercantilista. Ya no estamos en Suabia, Totó.

He vuelto a Helleiner gracias a Catherine De Vries, que además de ser una autoridad en euroescepticismo y política comparada publica una newsletter para académicos que pretenden escribir bien. Esto suena a oxímoron. Por suerte De Vries predica con el ejemplo, con un estilo directo y elegante. El texto en cuestión es una defensa de la relectura en la época del déficit de atención. Una llamada a profundizar en textos que ya has leído para descubrir qué te aporta un segundo encuentro.

Rereading is not indulgent. It’s not optional. It’s an essential part of thinking with care and precision. It’s the real work of comprehension. To return to a text is to acknowledge that the first reading was only a beginning, that meaning does not reveal itself all at once. It emerges gradually, in layers, line by line, like an image coming into focus in the quiet hush of a darkroom. Rereading is the labor of understanding.

De modo que he vuelto no solo a The Neomercantilists, sino a States and the Reemergence of Global Finance, el primer libro de Helleiner, publicado en 1994. El ejemplar con el que me hice en mi último año de carrera lo habían subrayado varios estudiantes antes que yo. Ahora algunas páginas lucen así:

Hablar de relecturas es quedarse corto.

Helleiner expone una serie de argumentos sobre la globalización que hasta hace poco resultaban exóticos. El primero es que el giro neoliberal de los años 70 y 80 no fue la consecuencia inevitable de cambios tecnológicos, sino de decisiones en un puñado de gobiernos. El desarrollo de los euromercados en la década de 1960, la decisión británica y estadounidense de no regularlos, la suspensión de los controles de capitales y el fracaso del intento francés de revertir esta tendencia son algunos de los puntos de inflexión que identifica. A Margaret Thatcher le gustaba proclamar que no había alternativas a su programa, pero lo cierto es que hubo muchas y muy variadas. Vivimos a la sombra del éxito, pero también de la inmensa suerte que tuvieron tanto ella como Ronald Reagan.

Releyendo este libro ahora, sin embargo, lo llamativo es la manera en que Helleiner examina el sistema anterior. A menudo el orden de la posguerra se entiende como un modelo proteccionista, que daba a los Estados carta blanca para intervenir en sus respectivas economías. Esto solo es cierto en parte. Bretton Woods era extremadamente restrictivo con las finanzas. De 1945 a 1971, “la banca” es un conjunto de empresas pequeñas y poco sofisticadas, que opera a nivel nacional: nada que ver con los fondos y gigantes de inversión que hoy acumulan todo tipo de activos en cada rincón del planeta.

Lo interesante es que ese proteccionismo financiero se consideraba imprescindible para mantener un sistema de comercio abierto. La integración financiera era percibida como una amenaza, no un estímulo al comercio global. No es muy difícil entender por qué, si pensamos en las consecuencias políticas de los cracks de 1929 o 2008.

Todo esto es útil para identificar puntos de continuidad y ruptura en la actualidad. Para evitar los clichés cuando analizamos la política económica de EEUU. Como señala Michael Sandel, muchos críticos de Trump caen en una caricatura según la cual las economías y sociedades “abiertas” –es decir, desreguladas– son buenas, las “cerradas” son deplorables y quien no entienda la dicotomía es imbécil. Como explicó un aliado de Macron tras las revueltas de los chalecos amarillos: el gobierno pecó de ser “demasiado inteligente”, “demasiado técnico” y “demasiado sutil”. Esta posición es moralista, engañosa y contraproducente.

Trump detesta el libre movimiento de personas, pero necesita el del capital. Está en contra de la globalización comercial y a favor de la financiera. Es hostil a Huawei, pero debe favores a BlackRock. Trump no va a restaurar ningún pasado dorado. En todo caso puede asentar un modelo que invierta las prioridades de Bretton Woods. Un mundo en el que un coche eléctrico chino vale el cuádruple por obra y gracia de los aranceles, pero un fondo estadounidense puede desahuciar a barrios enteros. En el que la austeridad en Europa se aplaza para doblar el gasto militar.

Como proyecto para ordenar la comunidad, todo esto es una farsa; como intento de salvar al pueblo, es aún más grotesco. Nos merecemos una muerte del neoliberalismo más decente.