Elon Musk descubre la economía política internacional

El hombre más rico del mundo se va de Washington humillado, con su reputación hundida y tras llevar a cabo una labor contraproducente.

Elon Musk descubre la economía política internacional
In memoriam DOGE (2025-2025)

Los demócratas pierden las elecciones porque su candidato es un presidente débil y errático, incapaz de controlar la inflación. Ahora gobierna un showman que pronto estará senil. Tiene un plan claro: recortar el gasto público, desregular la economía, despedir a funcionarios, disciplinar al personal. El tiempo apremia. La alternativa a esta sangría es la bancarrota de Estados Unidos.

De repente, algo se tuerce. El Congreso tramita una bajada de impuestos descomunal. Los republicanos pretenden quedar bien con sus donantes multimillonarios. ¡Ya no les importa el rigor fiscal! Lo peor es que el showman les da la razón, vende esta ley como la clave para un renacer económico. Además quiere disparar el gasto militar. ¿En qué está pensando? La ley se aprueba. Arranca el plan de rearme. El déficit se desboca: adiós a cuadrar las cuentas.

El arquitecto de la reforma fiscal no da crédito. Se marcha de la Casa Blanca antes de que termine su mandato, profundamente decepcionado con Ronald Reagan.

Ahh, mais bien sûr. La típica engañifla para que el texto arranque con gracia. Un tanto previsible, lo sé, no os pongáis estupendos si la visteis venir. El paralelismo entre las desventuras de Elon Musk y David Stockman –director de la Oficina de Administración y Presupuesto entre 1981 y 1985– era demasiado jugoso como para dejarlo pasar.

Musk se va del gobierno enfadado con su jefe. Mi impresión es que el sentimiento es recíproco, que Trump no para de humillarle llamándole gordo en público. El motivo aparente de ruptura es la Big, Beautiful Bill (BBB) de Trump. En la estela reaganiana, la BBB pretende aumentar el déficit regalando aún más dinero a oligarcas. Simplifico, pero no tanto: Martin Wolf describió el recorte de impuestos de Trump en 2017, que la BBB busca perpetuar, como “un plan para plutócratas”. Musk, igual que Stockman, se marcha denunciando este derroche irresponsable. La deuda del gobierno federal asciende ahora mismo al 124% del PIB estadounidense.

Según Thomas Friedman, la globalización económica volvió el mundo plano. Propongo desarrollar esta metáfora chusca. En la economía global no solo se aplana el espacio: el propio tiempo se comprime de manera angustiosa, cual lata de Lone Star contra el puño de Rust Cohle.

"Why should I live in history, huh? This is a world were nothing is solved."

Volvamos al presente. Es decir, a 1985. La historia que describo aparece en El triunfo de las promesas rotas, un ensayo muy recomendable de Fritz Bartel. Stockman se va de Washington denunciando el inmenso “error fiscal” de Reagan. Pero quien se equivoca en el fondo es él.

Ni el mayor gasto en armas ni la menor recaudación fiscal quiebran a EEUU. Lo que hacen es transformar por completo su posición en la economía mundial. De ser el principal exportador de capital durante la posguerra, EEUU pasa ser el mayor importador. El gobierno descubre –casi por accidente– una demanda insaciable de deuda estadounidense en los mercados internacionales. Individuos, empresas, fondos y sobre todo Estados con superávit comercial quieren depositar sus ahorros en un lugar y producto financiero seguros.

Esa demanda se mantiene hasta nuestros días. Por eso en momentos de crisis –incluyendo la de 2008, que tuvo como epicentro Wall Street– los bonos del Tesoro se revalorizan. Todo ello refuerza la posición del dólar como moneda de reserva global. El sistema goza de una pésima salud de hierro: todo el mundo predice su fin y ese fin nunca llega. Al menos de momento. 

Esto no es una fábula con moraleja TMMera. Sólo puedes gastar así cuando imprimes la moneda de reserva global. Si tu banco central maneja otra divisa y tu agenda económica es un esperpento, a lo mejor los mercados no la compran. A lo mejor te rompen las piernas, metafóricamente hablando, y en un sentido muy literal tu gobierno dura menos que una lechuga iceberg puesta encima de una mesa.

Cuando tu privilegio es exorbitante, porque no eres Liz Truss.

 

Stockman no podía anticipar todo esto a principios de los 80. Y le faltaba visión política. Como explica Monica Prasad en un artículo clásico, la reforma tributaria de Reagan no fue solo un favor a grandes empresas y fortunas, sino que tenía tirón popular. Por encima de todo, logró dar la vuelta a la división del trabajo fiscal en la posguerra, cuando la izquierda se dedicaba a aumentar el gasto social y a la derecha le tocaba subir impuestos para cuadrar las cuentas. Ahora son los republicanos quienes se endeudan bajando impuestos, y a los demócratas les cae la patata caliente de controlar el déficit.

Hay que insistir en que estas relaciones de causa-efecto, que en retrospectiva nos parecen brillantes, fueron en gran medida fortuitas. También es importante identificar al actor que las hizo posibles: Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal entre 1979 y 1987.

Volcker despliega una política monetaria durísima para atajar la inflación. Pensemos en el BCE y la Fed entre 2022 y 2023, pero a lo bestia. Los tipos nominales alcanzan el 20% en 1981. Esa subida, a su vez, consolida a EEUU como un destino atractivo para la inversión extranjera.

Aquí los tiempos son importantes. El shock monetario arranca en el 79, con Jimmy Carter en la Casa Blanca. Lo primero que consigue Volcker es hundir su campaña de reelección al año siguiente. (Lo segundo es detonar una crisis de deuda global, pero de esto hablaremos otro día.) Cuando Reagan llega a la Casa Blanca en 1981, puede culpar a la “herencia recibida” del daño económico que se avecina. 

Ese daño es extraordinario. Sectores enteros de la economía estadounidense –pensemos por ejemplo en el acero o las manufacturas– son laminados. El desempleo alcanza un 10% en 1982, terrorífico para un país sin estado del bienestar. Ese mismo año, la recesión económica cuesta a Reagan una derrota contundente en las elecciones legislativas. Su carrera política, como la de Margaret Thatcher, amenaza con convertirse en el estado de la naturaleza hobbesiano: desagradable, brutal y breve. Le salvan la recuperación económica que empieza en 1983 y una campaña presidencial agraciada contra un rival torpe.

La calma después de la tormenta: el spot electoral de Reagan en su campaña de reelección.

Volvamos a quien ya es historia. Es decir, a Elon Musk. Un hombre que ha durado en la Casa Blanca más que la lechuga de Lizz Truss, pero menos que la manzana que colocamos al llegar al Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030, en noviembre de 2023 (la retiramos a mediados de 2024, visiblemente desmejorada pero viva).

DOGE prometió eliminar un billón de dólares en gasto público superfluo. Musk ha recortado como mucho un 17% de ese objetivo. Esta cifra es consecuente con su tendencia a prometer cosas que jamás cumple. Véase: eliminar los bots de Twitter, aquel submarino tailandés, Hyperloop, Boring Company, ejercer de padre. Pese a todo, se va tras causar destrozos enormes. Musk en ningún momento supo dimensionar el desgarro de sus recortes no ya en la economía y sociedad americanas, sino en la propia coalición política que sostiene a Trump. Lo gracioso es que consideró necesario llevarlos a cabo para evitar que EEUU se despeñase por un barranco fiscal que, como acabamos de ver, no existe.

La historia de Stockman se repite como farsa. 40 años después, el tipo encargado de recortar aún no entiende que el déficit estadounidense no solo origina en la ecuación gasto/ingresos de su gobierno, sino en desequilibrios estructurales del sistema de comercio global.

(Un inciso. Este tipo de miopía es típica entre ejecutivos que llegan al gobierno prometiendo ponerlo a funcionar “como una empresa”. Trump tampoco entiende cómo funciona el comercio internacional, a juzgar por la manera en que describe cualquier intercambio económico entre países. Por eso considero que merece la pena tomarse en serio las peripecias de Musk, que DOGE no es solamente un pretexto cínico para desregular y/o destruir agencias federales que supervisan sus negocios con el gobierno federal.)

De modo que reducir el déficit jamás debería ser el alfa y omega de ningún planificador económico americano con dos dedos de frente. La cuestión, a mi modo de ver, es si eres capaz de dar a tu –apenas limitada– capacidad de endeudarte un uso productivo.

¿Significa todo esto que Trump es un nuevo Reagan? ¿Le saldrá bien esta jugada? ¿Vuelve a ser morning in America? No tan deprisa.

Ocurre que Trump y Musk han generado una profecía autocumplida. Están causando tal grado de turbulencia que demasiada gente se pregunta a un mismo tiempo qué sentido tiene fiar tu futuro a un país como EEUU.

Poner a adolescentes al frente de los sistemas de pago del gobierno federal; proclamar un régimen de aranceles diferente cada día; abolir agencias enteras de la noche a la mañana; insultar y amenazar a aliados; ignorar sentencias judiciales; intimidar a universidades; deportar a gente sin pretexto; aceptar sobornos en aviones y shitcoins; amnistiar en masa a gente que intentó dar un golpe de Estado salchichero. Son medidas que no te entusiasman si eres un inversor en busca de seguridad económica y jurídica. Ya es común hablar de un moron premium, algo así como una “tarifa por gilipollas” en la financiación de la deuda estadounidense.

No es la única señal de que algo está cambiando. Aquí hay que hilar fino, así que voy a centrarme en otras tres que considero significativas.

1. El ministro de Finanzas japonés deja caer que el billón de dólares que su país acumula en bonos del Tesoro (convirtiéndolo en el primer acreedor de EEUU) puede emplearse como herramienta de presión en sus negociaciones comerciales con EEUU. Esto es algo que por lo general jamás se menciona en estos términos; el equivalente financiero a cuando Putin se pone a opinar en voz alta sobre la doctrina nuclear rusa.

2. Christine Lagarde declara que es “el momento del euro”. La moneda europea tiene que reforzar su peso internacional ante un orden económico “fracturado”. Todo esto viene después de que se haya especulado en público con la posibilidad de que, si se produjese una nueva crisis financiera, Trump impidiese a la Reserva Federal extender líneas de liquidez a otros bancos centrales (un elemento clave para reconducir las crisis de 2008 y 2020).

Duras declaraciones de la... ¿futura directora del Foro de Davos?

3. Durante la semana desquiciada que siguió al liberation day, las bolsas caen a la vez que los bonos. Esto es muy extraño, porque en un desplome financiero el reflejo natural de los inversores debería ser refugiarse en activos seguros. El significado de este episodio, como ha explicado Adam Tooze, es inquietante. El resumen más sencillo es que a Trump, durante una semana fatídica de abril, se le puso cara de Liz Truss. El hombre naranja convertido en una lechuga del Tesco.

De momento los mercados prevalecen sin que la sangre llegue al río. Hasta las sentencias judiciales sobre aranceles, han sido el principal contrapeso a Trump. Pero aún le quedan cuatro años en el Despacho Oval.

¿Le da tiempo a destruir el sistema dólar? Es pronto para sacar conclusiones. Estas crisis tienden a reconducirse por el sencillo motivo de que no existen alternativas reales al sistema actual. China no tiene pensado abrir sus mercados de capitales. La Unión Europea no se atreve a lanzar una emisión masiva de eurobonos.

Una manera más constructiva de interpretar todo esto es que el sistema dólar no es eterno. Algún día lo sustituirá otro acuerdo institucional. Cuando ese día llegue, entenderemos la primera mitad de 2025 como un punto de inflexión decisivo. Musk habrá contribuido a colocar a EEUU ante las dificultades financieras que él mismo trataba de evitar. Edipo DOGE: aquí hay una tragedia que paladear con gusto.

El hombre más rico del mundo se va de Washington humillado, con su reputación hundida y tras llevar a cabo una labor contraproducente. Celebrémoslo, que nos merecemos alguna alegría.