Cómo hablar el lenguaje de Trump

De manera servil, como Mark Rutte. O con Big, Beautiful Bonds.

Cómo hablar el lenguaje de Trump
Francis Bacon, Tres estudios para figuras en la base de una crucifixión (1944).

En 2010 Tony Judt publicó Algo va mal. Es un ensayo breve, escrito al poco de ser diagnosticado con la esclerosis lateral amiotrófica que puso fin a su vida ese mismo año. A Judt se le acaba el tiempo y la paciencia. Su libro es una critica lacerante del capitalismo de casino que desembocó en la crisis de 2008, pero también de los gobiernos que lo abrazaron de manera suicida.

Algo va mal está lleno de reflexiones certeras. Una de mis preferidas critica la deriva en el lenguaje de los partidos socialdemócratas:

 ¿Por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otro tipo de sociedad? ¿Qué nos impide concebir una forma distinta de organizarnos que nos beneficie mutuamente? (…) Nuestra incapacidad es discursiva: simplemente ya no sabemos cómo hablar de todo esto. Durante los últimos treinta años, cuando nos preguntábamos si debíamos apoyar una política, una propuesta o una iniciativa, nos hemos limitado a las cuestiones de beneficio y pérdida —cuestiones económicas en el sentido más estrecho—. Pero ésta no es una condición humana instintiva: es un gusto adquirido.

Me acordé de Judt la semana pasada, tras asomarme al abismo lingüístico que es el SMS de Mark Rutte a Donald Trump. Contemplando la jouissance con que el secretario general de la OTAN se arrastra, tanto por mensaje de texto como en ruedas de prensa, resulta evidente que algo va mal en Europa. Su lenguaje servil es un síntoma: nos muestra que estamos ante otro momento de incapacidad discursiva.

Hace ya tiempo que la Unión Europea se propuso hablar el lenguaje del poder. En ocasiones –pienso en las respuestas al Covid-19 o la invasión rusa de Ucrania– lo ha hecho con acierto. En otras, como el genocidio en Gaza, mantiene un silencio cómplice. En La Haya, los Estados miembros de la UE y la OTAN han optado por emular el lenguaje de Trump para complacerle.

Trumpear el discurso, europear las cifras

En realidad, este flirteo con el trumpismo empieza y termina con la semántica. Es un secreto a voces que la mayor parte de Estados europeos no pretende alcanzar el gasto acordado (de aquí a 2035, un 3,5% del PIB en defensa; y otro 1,5% en medidas de seguridad más amplias). La realidad presupuestaria es tozuda. Francia cerró 2024 con un déficit fiscal del 5,8% del PIB; la deuda pública de Italia asciende al 135%; Reino Unido sigue traumatizado por la crisis del minibudget. Salvo excepciones contadas (y la española es la única de peso), se ha optado por montar un teatrillo y ganar tiempo.

Nos encontramos ante un comportamiento habitual entre gobiernos e instituciones europeas, al que me referiré como europear. Europear consiste en anunciar cifras de inversión extraordinarias sin un plan efectivo para hacerlas realidad, a la espera de que el azar, la divina providencia y/o los mercados pongan de su parte. En su ausencia, el transcurso del tiempo hará su trabajo. Vivimos en sociedad desmemoriadas, la opinión pública termina pasando por alto esta falta de seriedad.

La historia económica de la UE está repleta de europeadas (acción y efecto de europear). El Plan Juncker es un ejemplo de libro de texto. El Zeitenwende de Olaf Scholz contenía suficientes argucias contables como para entrar en esta categoría. Italia intentando colar un puente gigante entre Sicilia y Calabria como gasto en "seguridad" es un caso colosal, una europeada portentosa. Pedro Sánchez haciendo malabares presupuestarios para llegar al 2,1% en defensa sin pasar por el Congreso de los Diputados es un ejemplo de andar por casa.

No todo lo que hace la UE es así, claro. Hay contraejemplos importantes, como la compra conjunta de vacunas y Next Generation EU, que apuntalaron una recuperación exitosa tras la pandemia. El Pacto Verde Europeo es un caso intermedio, como lo es el plan de rearme/preparación: desplegará 150.000 millones de euros para compras conjuntas de defensa, pero también contiene elementos de creatividad contable.

Europear sirve para esquivar un choque con EEUU. Trump no muestra reparos en mezclar negociaciones de dosieres sensibles para sus socios europeos (gasto de la OTAN, aranceles a la UE, apoyo militar a Ucrania) como herramienta de presión. Complaciéndole en La Haya tal vez se mantenga el apoyo norteamericano a Kiev. Y europear tal vez permita conservar partidas de gasto público sensibles. Si se optase por recortar en bienestar para financiar un gasto extraordinario en defensa, el resultado sería económicamente desastroso y políticamente un tiro en el pie. Sabemos que los recortes al Estado del bienestar a menudo potencian a las mismas fuerzas políticas que apoyan a Trump y Putin.

Todo esto suena razonable. El problema es que Trump siempre termina humillando a quienes le hacen la pelota, y arrugándose cuando encuentra una oposición firme. De modo que la cumbre de la OTAN, como señala Max Bergman, sienta un precedente peligroso para los países europeos. Si a eso le añadimos la propuesta reciente del Presidente del Consejo Europeo (comprar más armas a EEUU a cambio de que rebaje sus aranceles), tenemos una receta imbatible para ser chantajeados de aquí a 2029.

Big, Beautiful Bonos

La alternativa al servilismo de Rutte pasa por apropiarse del lenguaje de Trump con un objetivo diametralmente opuesto: reforzar la independencia de Europa. Con el Congreso norteamericano a punto de aprobar la Big, Beautiful Bill, la UE debería lanzar su propia BBB. No se trataría de dar regalos fiscales a oligarcas, sino de consolidar un mercado de bonos europeos, capaz de financiar una agenda de seguridad amplia, que contemple aspectos militares pero también económicos, climáticos y sociales.

Un punto de partida valioso es la propuesta de los economistas Ángel Ubide y Olivier Blanchard (Federico Steinberg y Manuel Alejandro Hidalgo han abordado el tema en español). Los autores proponen crear un mercado de eurobonos intercambiando parte de la deuda nacional de los Estados de la UE. Aunque cada país sería responsable de su parte proporcional en la emisión de deuda, estos eurobonos tendrían un estatus “senior” respecto a la deuda convencional. Serían un instrumento de financiación más barato y supondrían un primer paso para dotar a la Unión Europea de un mercado financiero común.

Ubide y Blanchard calculan que el volumen adecuado de eurobonos ronda los 5 billones de euros. Esto es todo lo contrario a europear. El volumen de bonos tiene que ser macroeconómicamente importante para aprovechar la demanda global de activos financieros seguros en un momento en que el dólar amenaza con dejar de serlo (más sobre este tema en otra entrada de esta newsletter).

De modo que los eurobonos no son solo imprescindibles para financiar necesidades de seguridad europeas. También son necesarios para apuntalar el papel internacional del euro, en un momento en que el sistema dólar amenaza con resquebrajarse. Por encima de todo, nos ayudarían a responder al siguiente desafío de Trump sin degradar nuestra dignidad.

En vista de la espiral agresiva e inestable de Estados Unidos, tanto a nivel interno como internacional, adquirir autonomía frente a Washington parece necesario y deseable a partes iguales. Si no queda más remedio que contestar a Trump en sus propios términos, escojamos un lenguaje claro y firmeza para enunciar nuestras prioridades. La Unión Europea no puede permitirse más momentos de incapacidad discursiva.